Crónicas de Magia y Sombra. Libro 1: El Báculo.

I

         Faltan pocos minutos para la media noche y, aunque al día siguiente es lunes y tiene que madrugar para ir al instituto, Rose sigue despierta. Como tantas otras noches no puede dormir y está sentada en el alféizar del interior de su ventana, escuchando música y mirando al exterior, soñando despierta.

         La luna llena hace brillar la nieve que cubre completamente las montañas y los árboles de Zermatt, un pequeño pueblo del del valle del Ródano, en Suiza. Ya hace un par de meses que la nieve y el hielo no dejan ver el verdadero color de las calles y pinta de blanco los tejados de las casas, solo quedan diez días para el principio de la primavera pero no hay ningún indicio de que el invierno se vaya a acabar.

         Zermatt es un pueblo pequeño, situado a los pies del Monte Cervino, una de las montañas más famosas de los Alpes. Su ubicación privilegiada crea un microclima que normalmente proteje al pueblo de inviernos muy duros y veranos demasiado calurosos pero este año las tormentas han sido tan fuertes y continuadas que durante semanas han tenido que cerrar las estaciones de esquí. Dejando al pueblo en una inusual y aburrida inactividad.

         Sólo los más ancianos recuerdan un invierno tan largo y frío, hace más de cincuenta años, en la famosa Gran Nevada. En aquella ocasión Zeramatt quedó incomunicado un mes y medio. Aun son muchas las leyendas que se cuentan en el pueblo acerca de cómo sobrevivieron los habitantes a tanto tiempo de cautiverio, historias de increíbles aventuras y seres fantásticos que los jóvenes se toman a risa.

         Esta noche el temporal de nieve se ha tomado un breve descanso y en el cielo se ve la luna y alguna estrella a través de las nubes rotas. Desde la ventana situada en la segunda planta de su casa Rose tiene una vista privilegiada del pueblo y las montañas. Todo está tranquilo, como siempre, apenas se ven luces encendidas y sólo el humo de unas pocas chimeneas y el ruido de algún coche rompen la fotografía del paisaje.                   

         A sus diecisiete años Rose siente que su vida es un monótono bucle sin fin. Había pasado otro domingo más, aburrido, sin nada diferente a todos los anteriores, daba igual sea invienro o verano, siempre era la misma rutina. Su madre la había despertado bien pronto para que limpiase la entrada de la casa, “no hay gloria para el ocioso” les decía a ella y a su hermana Susana todos los fines de semana. Para Rose era una excusa más de su madre para torturarla y hacerle la vida imposible.

         A mediodía había ido con sus padres y su hermana a comer a casa de sus abuelos maternos, sus abuelos paternos habían muerto en un desgraciado accidente mucho antes de que ella naciera con lo que, a excepción de una tía de su padre que hacía muchos años se había ido a vivir a Londres, son la única familia que tienen. El sueño secreto de Rose era irse a vivir con ella pero sabía que su madre nunca lo permitiría y su padre nunca se posicionaba a su favor.

         Por la tarde estuvo escuchando música, hablando con sus amigos y leyendo en su habitación. A última hora y corriendo, para no perder la costumbre, había hecho los deberes que tenía para el día siguiente mientras se peleaba con su hermana que no dejaba de entrar en su habitación y molestarla. Ese había sido su fantástico domingo, aunque podría ser la descripción de cualquiera de los anteriores cien.

         Pero hay algo que la anima, este año por fin va a cambiar su vida, es su último año de instituto, lo que significa que después del verano irá a estudiar a la universidad, en Ginebra. Aun no ha decidido qué carrera hacer, ni a qué se quiere dedicar, está perdida, sin objetivo ni rumbo a su futuro. Aunque le consuela el hecho de que al menos viviendo fuera de casa será libre, podrá hacer lo que quiera y no tendrá que aguantar a su madre y a su hermana.

         Pese a todo, los días se le siguen haciendo eternos y ni siquiera la idea de cambiar de vida dentro de unos meses la motiva lo suficiente para que pasen más rápido. Sólo sus dos grandes aficiones, leer y escuchar música, y quedar con su grupo de amigos, la distraen un poco de su realidad. Desde pequeña  había sido una gran lectora, leyendo todo lo que caía en sus manos fuese literatura clásica o actual, en su desordenada habitación siempre había libros de la biblioteca que se había olvidado devolver a tiempo.

         – Qué pase algo en mi vida – desea con un susurro al ver como una estrella fugaz cruza las nubes.

         Y así noche tras noche Rose se queda absorta mirando al cielo y a las montañas pidiendo deseos imposibles que nunca se cumplen.

         A unos kilómetros al este del pueblo, en la parte alta de una de las muchas montañas que lo rodean, donde el bosque pierde la densidad de los árboles y la pendiente es más pronunciada, se empezó a oír un ligero zumbido. El somido es imperceptible para el oído humano pero no para los pocos animales que están en la zona y que se esconden asustados en sus madrigueras o huyen rápidamente dejando diminutas huellas en la nieve.

         Al mismo tiempo que el zumbido se vuelve más agudo y molesto aparece un pequeño punto de luz, suspendido en el aire a un metro del suelo, no más grande que una moneda pero reluciente como un sol en miniatura. Tanto es el calor que irradia que derrite toda la nieve del suelo, arbustos y rocas en un radio de cinco metros.

         El sonido y la luz aumentan de intensidad rápidamente y en pocos segundos se hace insoportable. 

         De repente, tal y como ha aparecido, desaparece, volviendo a dejar el bosque sumido en la oscuridad y el silencio. Tras unos segundos de calma el punto de luz reaparece en el mismo lugar, en silencio y expandiéndose en un pestañeo hasta convertirse en un portal que brilla con una potente luz amarilla.

         En su habitación Rose ya se está dando media vuelta en el alfeizar para irse a la cama cuando de reojo ve una luz en el exterior. La curiosidad le hace darse la vuelta tan rápido para mirar por la ventana que su cabeza choca aparatosamente contra el cristal.

         – ¡Ay! – se queja llevando sus manos automáticamente a la boca para no hacer más ruido. Su madre se enfada mucho cuando se acuesta a dormir tarde y al día siguiente tiene que llamarla diez veces para que se levante.

         Tras aguantar la respiración unos segundos, temerosa de haber despertado a sus padres o, lo que hubiese sido aún peor, a Susana, su metomentoda hermana pequeña, Rose empieza a renegar en susurros por su estupidez y a frotarse la frente con fuerza para intentar aliviar el dolor.

         Entre el fuerte golpe y el haberse acercado tanto a la ventana se formó en el cristal una cortina de vaho que le impide ver el exterior. Con la manga de su pijama lo limpia todo lo rápido que puede pero al acabar ya no ve nada, todo está igual que siempre.

         – Me estoy volviendo loca – se dice a si misma sin dejar de acariciarse la frente mientras sigue mirando por la ventana.

         Pero Rose está segura de lo que ha visto y no deja de achinar los ojos, escrutando el paisaje intentando volver a ver la misteriosa luz. Tiene unos prismáticos que su abuelo le había regalado hacía años, cuando cada domingo salían a caminar por la montaña, pero tiene miedo de que si los va a buscar vuelva a aparecer la luz. Su abuelo era una enciclopedia viviente de los Alpes, le había enseñado todas las especies animales, la flora, los caminos, las cuevas, las historias y leyendas. “Que interesante me parecía antes y que aburrido ahora” piensa.

         Sin previo aviso la luz vuelve a aparecer y esta vez mucho más intensa y grande que antes. La casa de Rose está situada al sudoeste del pueblo, en una calle elevada por encima del resto con lo que desde su habitación situada en la segunda planta tiene unas vistas perfectas de las montañas que están al este, al otro lado del pueblo, enfrente de la luz que en ellas había aparecido y que ahora mira absorta, sin pestañear.

         Rose intenta encontrarle una razón lógica a lo que está viendo. La luz no se mueve, con lo que no es de una linterna, un coche o una moto, además en esa parte de la montaña no vive nadie y en esa época, y mucho menos a esas horas, no debería de haber cazadores ni montañistas.

         – Un esquiador – se dice a si misma -. Se ha perdido y…

         Pero no finaliza la frase, no se le ocurre como un esquiador podía tener ese tipo de luz tan potente, y además en esa zona nadie esquiaba por la cantidad de arbustos y piedras que había. Por muchas teorías que piensa Rose está demasiado lejos para ver lo que verdaderamente sucedía.

         Luana sale disparada del portal de luz que ella misma ha creado. Al poner sus alargados y descalzos pies en la fría superficie nevada pierde el equilibrio y desorientada empieza a caer por la pendiente sin poder aferrarse a nada para detenerse. Su alto, rojizo y desgarbado cuerpo rueda aparatosamente montaña abajo unos cuantos metros, golpeándose con rocas y chocando son los pequeños árboles que se encuentra durante su caída. Hasta que consigue frenar clavando con fuerza en el suelo un alargado báculo que lleva en su mano derecha.

         Se levanta ágilmente de un salto pero la inestabilidad de la superficie nevada, a la que no está ni preparada ni acostumbrada, la hace volver a caer unos metros más. Finalmente, tras volver a clavar el báculo en el suelo, se apoya en él para levantarse con cuidado, ponerse de rodillas, coger un poco de aire y estudiar la complicada situación en la que se encuentra.

         – Frío, nieve, La Tierra, el peor lugar posible ¿por qué me has hecho esto? – pregunta Luana al báculo con una mirada mezcla de cansancio y de tristeza.

         Como si la oyese y quisiera pedirle perdón el báculo brilla tenuemente con una luz cálida, del mismo color blanco que el pelo de su compañera.

         – No es tu culpa, amigo mío – suspira mirándolo-. Debo de estar más cansada de lo que pensaba, abrir tantos portales en tan poco tiempo me ha dejado muy débil y junto a todas las peleas que hemos tenido te he dejado sin energía, pero tenemos que…

         Luana no puede acabar la frase, un disparo de color verde pasa a escasos milímetros de su cabeza, con tal potencia que su larga y lacia cabellera blanca se mueve con fuerza, tapándole la cara momentáneamente y sacándola de su aturdimiento, recordándole que todavía está en peligro.

         Aunque se encuentra cansada sus reflejos son inmediatos y moviéndose más rápida que cualquier ser vivo de este primitivo planeta en el que se encuentra, Luana se incorpora de un salto, se quita el pelo de la cara con un movimiento natural de su mano izquierda y mira con atención de donde ha venido el disparo, pudiendo comprobar con angustia que unos metros mas arriba sus perseguidores están cruzando el portal.

         Normalmente los portales que crea se cierran inmediatamente al pasar ella pero en los últimos días ya no es así, se quedan abiertos durante más tiempo. No sabe si es problema del báculo, una herramienta tan antigua como desconocida, o que los mercenarios que la persiguen han encontrado la forma de mantenerlos abiertos hasta que ellos pasan. Sea lo que sea primero tendrá que seguir viva y no va a ser nada fácil.

Sus perseguidores son los Senkabi, los mercenarios más implacables de todo El Orbe. Cada año cientos de seres son reclutados de los siete planetas con el mismo sueño, llegar a ser un Senkabi. Durante meses son entrenados en técnicas de combate, armamento, rastreo, tortura, y modificados genéticamente para sobrevivir en cualquier superficie y clima con lo que no tienen los problemas de Luana para adaptarse al lugar. Sólo los mas crueles, sanguinarios y despiados consiguen sobrevivir al entrenamiento y ser merecedores de formar parte del grupo.

Entre los Senkabi hay guerreros, magos, sacerdotes, ciéntificos e incluso médicos. Trabajan siempre bordeando la ley y sus medios y armas son en muchas ocasiones mayores y más poderosos que los del Ejercito de la Reina. Cazan a los seres mas peligrosos buscados por la ley, participan en guerras, provocan exterminios, roban, mutilan y hacen cualquier barbaridad por la que les paguen, todo con un solo fin, conseguir poder y riquezas.

De los doce que habían emboscado a Luana dos días atrás ya sólo quedan tres y no le dan un momento de respiro. Los Senkabi son famosos por no dejar nunca escapar a su presa, la persiguen hasta que la cazan o mueren en el intento, fracasar en una misión es peor que la muerte.

Luana no entiende porque la atacan pero sabe muy bien que es lo que buscan.

–  ¡Por la Diosa os juro que nunca me quitaréis el báculo! – les gritó desafiante, su aguda voz resonó en las montañas.

Con un movimiento rápido y delicado Luana levanta el báculo y dispara con precisión a sus perseguidores al mismo tiempo que se da la vuelta para empezar a huír de nuevo. De la punta del báculo sale disparado un potente rayo de luz blanca, no le hace falta girarse para saber que ha acertado en su objetivo y cuando ya empieza a bajar a grandes zancadas por la ladera de la montaña oye el golpe seco de un gran cuerpo cayendo en la nieve.

– Sólo quedan tres, aun puedo conseguirlo – se anima sin dejar de correr, bajando la montaña todo lo deprisa que puede, intentando no caerse mientras llega a la zona más arbolada de la ladera.

El mayor problema de Luana es el frío, uno de sus puntos débiles. Su piel roja, brillante y caliente al tacto es la típica de los habitantes de la parte central de Brin, el planeta en el que había nacido y críado, y famosa por ser una de las zonas más calientes de El Orbe.

Su cuerpo es alto y delgado, de pocas curvas, con una larga melena blanca que cubre una cara alargada, con una nariz pequeña y afilada entre dos grandes y rasgados ojos de pupila totalmente blanca, y de alargadas orejas acabadas en punta hacia la parte de atrás de su cabeza.

El traje que lleva tampoco la ayuda a soportar mejor el frío, un ligero peto de color verde oscuro de manga corta y pantalón corto, ceñido a la cintura con su imprescindible cinturón repleto de bolsillos en los que lleva todo tipo de artilugios que más de una vez la han sacado de un apuro, y que tras el báculo son sus bienes más preciado. En el cuello lleva colgado un colgante que finalizaba en un pequeño saco de color granate.

Sus pies descalzos y calientes, acabados en cuatro dedos alargados, al igual que las manos, derriten la nieve haciendo que a cada paso que da se hunda en ella, lo que hace que su huída sea aun más complicada. 

A cada brillo de su báculo esquiva un disparo pero éstos cada vez pasan más cerca, sus reflejos son lentos y su piel rojiza al contraste con la nieve la hace un blanco demasiado fácil. Por primera vez empieza a temer por su vida.

Luana no entiende como ha podido llegar ahí, La Tierra es un planeta prohibido, sin excepciones, y penalizado por la ley para los que la pisan. Los recursos del planeta son escasos y sus habitantes muy primitivos. 

– Al menos he tenido suerte y no hay ningún humano – se dice a si misma mientras corre mirando a su alrededor, buscando un lugar en el que esconderse pero unos cuantos árboles y rocas no le van a servir.

Cada vez está más nerviosa, no hace ni un año que es Saltadora, el más alto honor para cualquier mujer. Pero lo que anteriormente había sido el trabajo más deseado ahora está siendo una sentencia de muerte. En los últimos años la esperanza de vida de las Saltadoras se había reducido alarmantemente, su antecesora sólo estuvo tres semanas en el puesto, y la anterior cinco meses, las dos murieron en extrañas circunstancias.

Investigar sus muertes había sido su prioridad desde el primer día que le dieron el báculo, el mágico y único utensilio que convertía en Saltadora a quien lo poseyera. La ceremonia en la que la Reina se lo había entregado fue un gran acontecimiento y el mejor día de su vida.

– Confíamos en ti y en el báculo que te guiará entre el bien y el mal y la niebla que a menudo los envuelve – le dijo en el momento de la entrega, con una sonrisa que le transmitió mucha confianza.

         Y eso hizo. Liberó su mente y se dejó guiar por el báculo, viajando de planeta en planeta buscando pruebas, pistas, indicios, sobre quien podían ser los causantes de las muertes. Ahora ya sabía la verdad, ya no había niebla, los accidentes en los que habían muerto sus predecesoras ya no eran tan misteriosos. Los Senkabi las estaban cazando para hacerse con el báculo, la herramienta más poderosa jamás fabricada, con un sólo punto débil, el momento justo después de la muerte de la Saltadora podía ser robado y utilizado por quien se hiciese con él, pasados esos segundos se convertía en un bastón normal y corriente imposible de usar por nadie hasta que fuese de nuevo activado.

         Hacía siglos que nadie conseguía robar el báculo. En manos de una Saltadora era una herramienta para llevar paz y ayuda, pero en manos de la persona equivocada podía ser el arma más mortífera. La última vez que cayó en manos inapropiadas provocó una de las épocas más oscuras que nunca se había conocido, muriendo millones de seres en todo El Orbe. Ahora alguien parecía muy interesado en que volviese a reinar el caos y  Luana no quería ser recordada como la Saltadora que perdió el báculo y provocó otra época de terror y muerte.

         Se propuso ir a Rodia y explicarle a la Reina y al Consejo todo lo que había descubierto pero el salto que debería de transportarla enfrente de la puerta del palacio la llevó a una habitación pequeña en la que la esperaban una docena de Senkabis que se avalanzaron sobre ella.

         Desde ese momento Luana empezó a pelear y huir desesperadamente, a cada salto intentaba llegar al palacio pero no solo no lo conseguía sino que alejaba cada vez más, sin entender que tipo de magia están usando para evitar que llegue a su destino.

         Luana baja la nevada ladera todo lo rápido que puede, manteniendo el equilibrio mientras  esquiva árboles y dispara con su báculo a ciegas, apuntando sin pararse ni mirar, confiando en su instinto y la puntería natural de su arma

           – Sólo necesito despistarlos y encontrar un punto de calor, con unos minutos me bastará para recargar energías y poder volver a abrir otro portal – se intenta animar mirando desesperada a su alrededor, su piel rojiza empieza a estar rosada, señal de que le quedaban muy pocas energías.

Por suerte para Luana una de las muchas funciones del báculo es proteger a su compañera y confía en que a esté dirigiendo hacia la fuente de calor más cercana. Pero no le queda mucho tiempo, los Senkabi estan cada vez más cerca, ya podía oír sus pisadas, ni siquiera se atreve a girarse para no ralentizarse y perder más tiempo.

En uno de esos disparos que lanza sin mirar consigue alcanzar al Senkabi que está más cerca de ella, el más alto y rápido de todos. Un ser vegetal, parecido a un árbol, con brazos y piernas que no se diferencian de las múltiples ramas que tiene, todas cubiertas de verdes hojas que le dan un equívoco aspecto pacífico. En otras circunstancias se hubiese confundido con los árboles del lugar pero la nieve, que no le impede moverse con agilidad, sí le hace ser un blanco más fácil para el báculo. Su caída estorba momentáneamente a sus compañeros, que lo rodean sin ningún gesto que haga notar que sienten su muerte, y que le da unos valiosos segundos de ventaja a Luana

– ¡Bien! – exclama -. Solo quedan dos.

Desde su ventana Rose observa pasmada todo un espectáculo de luces de colores que van bajando por la montaña acercándose cada vez más al pueblo. Está quieta, pegada al cristal, sin mover un sólo músculo de su cuerpo, viendo como luces rojas, amarillas, verdes y blancas aparecen y desaparecen. Nunca ha visto nada igual, las copas de los árboles se mueven violentamente, incluso alguno parece caer.

– ¿Están filmando una película? – se pregunta abriendo la ventana para ver si puede oír algo que le de más pistas de lo que está sucediendo.

Nada, solo el sonido del viento. Saca la cabeza un poco más girándola y apartándose su pelo largo y moreno con la esperanza de que le llegue algo, desafiando al frío que le congela las orejas, pero es inútil, solo puede ver el festival de luces. Así que sin pensárselo dos veces Rose cierra la ventana con mucho cuidado, se viste corriendo, poniéndose la ropa encima del pijama para no pasar frío y sale de su habitación lo más sigilosa que puede.

– Si mamá me pilla me mata – susurró con una sonrisa pícara – pero no quiero perder como ruedan la película.

En el pasillo se asoma a la habitación que está al lado de la suya, la de su hermana pequeña, y comprueba que duerme profundamente. Empieza a bajar las escaleras cuando un ruido le hiela la sangre, quedándose inmóvil unos segundos, al volverlo a oír se da cuenta de que solo son los ronquidos de su padre. Se toca el pecho intentando que su corazón lata con menos fuerza, se lo nota tan fuerte que cree que todo el mundo puede oírlo.

No es la primera vez que sale a escondidas de su casa pero nunca lo había hecho a esas horas y menos para ir sola, de ahí que esté más nerviosa de lo normal. Piensa en llamar a Chloe, su mejor amiga, o a Michu, que su sueño es ser actor, pero tiene miedo de que estén dormidos y tarden tanto en aparecer qur se pierda el rodaje.

– Cuando mañana les enseñe las fotos se van a morir de la envidia – piensa con una sonrisa mientras se calza y se ponía ropa de abrigo, chaqueta, bufanda, gorro y guantes.

Antes de abrir la puerta de la calle espera unos segundos para asegurarse de que todos siguen durmiendo. Tras comprobar el silencio la abre con mucho cuidado, esperando que no chirrie, cuando ya está un poco entornada se desliza por la abertura y vuelve a cerrarla con el mismo cuidado.

Una vez fuera Rose mira a su alrededor,  a ver el ambiente frío y solitario de las calles de Zermatt, siente un cosquilleo en su estómago, mezcla de alegría y nervios. Por fin algo pasa en el pueblo, en su vida, y no piensa perdérselo.

En la montaña Luana sigue huyendo todo lo rápido que puede, pero empieza a no ser suficiente. Los últimos disparos de los mercenarios le pasan peligrosamente cerca, arrancándole un mechón de pelo blanco y haciendo girones su ropa en un hombro y costado. El frío invade poco a poco su cuerpo caliente y le afecta a todos sus sentidos, haciendo que sus reflejos instintivos le empiecen a fallar y vaya cada vez más lenta.

Pero lo peor es que su arma, su guía, su protección, su amigo: el báculo, está dejando de funcionar. Nota como su energía se va desvaneciendo, sus disparos son menos potentes y certeros y su característico brillo blanco y zumbidos que usa para comunicarse con ella son mucho más débiles. Parece haber llegado al límite, con lo que Luana tiene que usar su propia energía para que funcione correcgamente, con el riesgo que eso significa, si abusa perderá el sentido y todo habrá acabado.

Necesita calor urgentemente.

– Badilia, Gran Diosa, ayúdame – reza sin detenerse, aunque en esos momentos todos los dioses parecen estar en su contra.

         Como si la escuchasen y de un milagro se tratara Luana sale de la zona con más árboles para ver con alegría que en la ladera de la montaña, a pocos kilómetros de distancia, hay luces.

– Gracias – agradece mirando al cielo con una sonrisa.

La esperanza de un lugar donde esconderse y recargar energías le da las fuerzas que no tiene para acelerar. Gira la cabeza por primera vez desde que ha empezado a huir montaña abajo para poder situar a los Senkabi y ver cuáles son los dos que aún quedan en pie.

Pero la alegría le dura poco, están mucho más cerca de lo que pensaba, justo salen también de la zona arbolada, a escasos metros suyos, y además son los peores.

El que abre el paso es un Rako y a juzgar por su tamaño uno de los más grandes de su especie. La raza de los rakonianos son grandes y fuertes, con una piel dura e impenetrable, y unos rasgos diminutos, casi ridículos en comparación con su tamaño. Sus cuerpos carecen de curvas, son angulosos, con un color de piel grisáceo que cuando están quietos parecen enormes piedras.

Para Luana es una sorpresa verlo siendo un Senkabi. No es normal que salgan de su planeta, pese a su aspecto son seres poco sociables y pacíficos que prefieren la tranquilidad del interior de las montañas del planeta Ubkal en las que habitan. Por suerte había hecho sus deberes y se conoce a todas las razas de El Orbe y sabe que el mayor error que se solía cometer al enfrentarse a ellos era juzgarlos simplemente por su apariencia robusta ya que son mucho más rápidos y ágiles de lo que parecen, unido a su gran fuerza los convierte en unos cazadores muy peligrosos que te pueden matar de un solo golpe.

Los rakonianos tienen dos puntos débiles. Sus diminutos ojos es el más visible pero requieren un ataque frontal, con el peligro que eso conlleva; el segundo es más complicado, está situado en la nuca, es un pequeño punto justo donde se une la cabeza y la espalda. Un golpe certero y adiós Rako pero es muy fácil decirlo que conseguirlo.

Detrás a  la derecha del rakoniano se encuentra el líder del grupo, un Nazard. Los Nazard son seres híbridos entre humanos y lagartos, de gran astucia, inteligencia y extremadamente crueles y sanguinarios, además de ser grands expertos en armas y técnicas de combate, lo que los hacen los líderes perfectos para cualquier grupo de Senkabis.

Comparado con los demás es un ser de baja estatura, de un metro y medio, de piel escamada y camaleónica, que se mimetiza con cualquier paisaje, lo que hace que en ese momento sea de color blanquecino como el de la nieve que lo rodea. No tiene pelo y su grotesca cara destaca por una enorme boca de dientes afilados, dos agujeros en el lugar de la nariz y redondos ojos de color amarillo. Sus extremidades son cortas y acabadas en grandes y largas zarpas.

Su cuerpo está lleno de tatuajes, cada uno de ellos honra a una presa cazada, y posteriormente comida por él mismo. Viste, al igual que todos los Senkabis, con un arnés de color granate y al contrario que le pasa a Luana su gruesa piel le protege de las variaciones climáticas.

Durante más de doscientos años los Nazard tuvieron prohibido salir de su lugar de origen en el planeta Zol pero la polémica amnistía general que decretó el Consejo hacía treinta años les abrió las puertas a el resto de El Orbe. Al igual que otras peligrosas especies que antes tenían prohibido salir de su planeta. Fue el mismo decreto que perdonó y reguló las actividades Senkabi, sucedió en un momento de crisis en la que la violencia y los conflictos internos iban en aumento y las autoridades locales eran incapaces de controlarlo. Con esta decisión el Consejo esperaba ayudar a implantar el orden de nuevo, y se consiguió, aunque a un precio muy alto.

Con sorpresa y pánico Luana ve que detrás del Rako hay un tercer Senkabi, mucho más inquietante y peligroso que todos los demás. Los llaman Darfos y poco se sabe de ellos, son seres entre lo físico y lo etéreo, una mezcla de demonio y pesadilla. Su cuerpo es de un color púrpura oscuro, casi negro, humeante, con unas extremidades alargadas poco definidas y cambiantes. Cuando se mueven parecen flotar en el aire, soltando pequeñas bocanadas de humo que se desprenden de su cuerpo como si fueran una chimenea. Su cara no tiene rasgos, solo se ubica por una sonrisa grande, sin movimiento, con unos dientes desiguales, siniestramente blancos y afilados.

Es la segunda vez que Luana ve a uno, la anterior fue en su primera misión como Saltadora en la que vio un combate a muerte entre un Gigante del Desierto de Gotz de más de tres metros y el Darfos. El combate apenas duró diez segundos, y la mitad del público, entre los que ella se incluía, no pudo aguantar la mirada ante la crueldad del ser oscuro. Aunque se parecíano sabría decir si el que la persigue es el mismo, es muy difícil diferenciarlos,  nadie sabe cuántos hay ni como se reproducen  ni como son.

– Tendría que haber averiguado más sobre él – se recrimina Luana, recordando que tras ver el combate se prometió descubrir todo lo que pudiese sobre esos seres por si algún día se tenía que enfrentar a alguno de ellos, pero enlazó misiones sin parar y no se volvió a acordar.

Cuanto más se acerca al pueblo la nieve eesra más compacta y sus pies se hunden menos. Aun así va más lenta de lo que quiere y los Senkabi siguen recortándole distancia. Esta muy cerca pero a este paso no va a llegar y tampoco puede plantarles cara ahí en medio, uno a uno tiene alguna posibilidad de derrotarles, los tres juntos es imposible. Necesita tiempo y dispersarlos.

– No quiero morir – susurra con pocas fuerza Luana recordando lo que le pasó al gigante. Se mira por un momento su mano, nunca la había visto de un color tan rosado.

Sin dejar de correr se palpa los bolsillos de su cinturón para finalmente meter su mano izquierda en uno de ellos, en su mano derecha está siempre el báculo como si fuera una extensión de su brazo. Dos días atrás los bolsillos estaban llenos de pequeños artilugios que la habían ayudado a llegar hasta ahí, en ese momento saca el último de ellos, una pequeña bola, totalmente lisa, de un intenso color naranja.

– No me falles – le pide dándole un beso.

Con un movimiento rápido Luana clava el báculo en el suelo, frenando en seco, usando la inercia de su carrera para, apoyada en el báculo, girarse y con la mano izquierda alzada quedarse quieta, esperando el momento exacto, observando a los tres sanguinarios mercenarios a escasos metros de ella, a punto de tocarla.

Una pequeña vibración del báculo le indica el momento exacto y con un ágil movimiento lanza la bola naranja a los pies del Senkabi que estaba más cerca de ella, el Rako. Cuando ésta impacta contra el suelo surge de la nada una fina pared anaranjada que atravesa el camino.

El muro aparece tan rápido que al rakoniano no le da tiempo a reaccionar, chocando aparatosamente contra él, provocando un gran estruendo que resuena por todo el valle como si fuera un trueno y originando un pequeño alud en la cima de la montaña. El Nazard, que corría justo detrás suyo no puede frenar a tiempo e impacta violentamente contra él, el Darfos que va más retrasado no se ve afectado, frenándose con calma y quedándose quieto al lado de sus compañeros.

Pese al tremendo golpe la pared anaranjada no sufre ningún desperfecto, está fabricada con uno de los materiales más resistentes que se conoce, resina de Bunomeros, una rara especie de árbol que crece en las zonas más inhóspitas de Brin, el planeta de Luana. Cuando se recuperen del golpe los mercenarios no tendrán otra que rodear el muro.

–  ¡Sí! – exclama sonriendo por primera vez desde que ha llegado a la Tierra. Sin perder un momento se da la vuelta para seguir corriendo hacia el pueblo.

Ya no le quedan más trucos en los bolsillos ni energía en el báculo, pero Luana espera que este último le de el tiempo suficiente.

Cuando pisa el cemento duro de las calles del pueblo deja escapar un suspiro de alivio. Ya empieza a notar más calor, el de las casas, el calor humano, el de las brasas de las chimeneas, de las cocinas, las calefacciones, e incluso de algo tan imperceptible en Zermatt como la polución, todo le es de ayuda y su piel va cambiando de tonalidad, poco a poco se enrojece, recargando energía.

Corre por el pueblo siguiendo las indicaciones del báculo que la va guiando con leves zumbidos, pero la confianza la traiciona. Va tan deprisa por las calles heladas que al girar una esquina pierde el equilibrio y cae al suelo, doblándose por completo su pie izquierdo. Instintivamente apreta los dientes con fuerza para evitar gritar y no llamar la atención de nadie pero el dolor fue peor cuando se levanta e intenta caminar otra vez.

– Ahhhhh! – grita sin poder controlarse -. No, por favor – se queja angustiada, apenas puede caminar y mucho menos correr. A lo lejos vuelve a oír las pisadas de sus perseguidores menos preocupados que ella por si son vistos u oídos.

La mezcla de dolor, nervios y miedo hace que tarde en darse cuenta de que el báculo está vibrando con fuerza. Apoyada en él se levanta y cojeando se deja guiar por su vibración, caminando unos pocos metros hasta encontrarse delante de la puerta de una casa situada en la esquina en la que se acababa de resbalar.

La casa de dos plantas parece abandonada desde hacía mucho tiempo, la mayoría de los cristales de sus grandes ventanas están rotos, la pintura que cubre las piedras de la fachada está muy deteriorado, con grandes agujeros, incluso parece faltar un trozo del tejado. En otra época seguro que había sido un edificio de gente importante pero en ese momento ni siquiera los animales se esconderían en su interior por miedo de que la casa se derrumbase de un momento a otro.

 – Es perfecta para esconderme – sonríe dolorida.

La entrada es un gran portón doble de madera, situado a la izquierda de la esquina, en una calle oscura, sin farolas ni salida. Luana empuja con fuerza la parte derecha, esperando una gran resistencia pero para su sorpresa no sólo está abierta sino que se desliza con gran suavidad.

Un ruido la hace girarse nerviosa apuntando con el báculo, mirando atentamente a su alrededor, pero tras unos segundos no ve a nadie.

– Estoy demasiado cansada, necesito descansar un poco, si hubiese algún peligro el báculo me avisaría – dice entrando en la casa.

En el interior la oscuridad es total, pero no es problema para ella, sus enormes ojos blancos le permiten ver casi como si fuese de día. Le sorprende lo grande que es por dentro, mucho más de lo que parece por fuera. La entrada es una gran sala de techos muy altos con solo un par de muebles, hay dos puertas, una grande al fondo, justo enfrente de la entrada y otra más pequeña a la izquierda. A la derecha se encuentra una gran escalera de color marfil que lleva al piso de arriba, un rayo de luz de luna cae sobre algunos de sus peldaños haciéndolos brillar como si fuesen nuevos.

Luana se dirige a la puerta de enfrente suyo para investigar el interior de la casa, está segura de que si el báculo la ha dirigido hasta ahí es por algo, pero antes de que pueda abrirla éste vuelve a vibrar con fuerza dirigiéndola hacia las escaleras. Sin dudarlo empieza a subir poco a poco, apoyándose en él, con claros gestos de dolor.

En la segunda planta hay un largo pasillo que al final gira hacia la derecha, en la pared de la izquierda están las grandes ventanas rotas que ha visto desde la calle y a la derecha diversas puertas. La casa no está tan en ruinas como parece por fuera, está claro que no vive nadie pero Luana esperaba encontrarse un lugar destrozado, desvalijado, lleno de alimañas y de polvo, pero no es así, daba la impresión de que alguien se ocupe de ella.

– Algo no es lo que parece aquí – susurra inquieta.

Se queda unos segundos parada al borde de las escaleras, sin mover un músculo, intentado oír el más insignificante ruido, notar el más mínimo indicio de peligro, de que no está sola o de alguna trampa.

– Estoy demasiado nerviosa, estamos en La Tierra – se dice a sí misma para relajarse y poniéndose de nuevo en marcha – hace siglos que dejaron de tener magia y no hay ningún peligro.

Al pasar por la primera habitación el báculo vuelve a vibrar con lo que Luana entra en ella directamente. La puerta está totalmente abierta, es una habitación grande, con unos muebles viejos apilados en la pared del fondo y un enorme espejo que le resulta extrañamente familiar apoyado en la pared de la izquierda. Seguramente había sido un dormitorio cuando la casa estaba habitada.

No tiene ganas de seguir investigando, está cansada y dolorida, con lo que camina unos pasos y se agacha en una esquina de la habitación, apoyada en una mueble cubierto por una sabana. Por fin puede relajarse un poco y si tiene suerte poder recuperar la energía suficiente para abrir un nuevo portal que la saque de ahí.

– Gracias – le dice al báculo dándole un beso, agradeciéndole que la haya guiado a un lugar seguro.

Es el primer descanso que tiene desde hace horas, ni siquiera se acuerda de cuanto hace que está huyendo. Agotada apoya la cabeza en el báculo y unas lágrimas, que parecen gotas de cristal, salen de sus blancos ojos. Cada vez era más duro, estaba más cansada y tenía mucho más miedo del que había sentido nunca.

         -¿Qué eres? – pregunta una voz a su espalda.

         Luana reacciona por instinto y olvidando el cansancio y el dolor del pie se gira velozmente hacia la voz que la ha sorprendido. Con un rápido movimiento clava levemente la punta del báculo, que ha pasado en un momento de ser redondeada a afilada, en la garganta de una niña humana que está de pie justo detrás suyo.

         Rose se queda helada sin poder mover ningún músculo, ni siquiera pestañea, sólo puede notar como tiene apoyada en su cuello la punta del palo de esta chica tan rara; no puede chillar, ni se atreve a respirar por miedo a que lo hunda más y la mate. Pasan unos segundos que se le hacen eternos y en los que ninguna de las dos hace ningún movimiento. Luana, mucho mas alta que Rose, está encorvada mirándola fijamente a los ojos.

         – No, no me mates – consigue murmurar Rose reuniendo todo el valor que tiene y con lágrimas en los ojos -. Lo siento, me iré de aquí, no sé quién eres, no diré nada, yo sólo he visto unas luces y he ido a ver lo que era, estaba por la calle cuando he oído que venía alguien. No sabía qué hacer y al ver la puerta abierta de esta casa me he escondido aquí – está tan nerviosa que no puede dejar de hablar, ella, famosa por ser callada e introvertida.

         Lo que le dice a Luana es la verdad. Estaba llegando a las afueras del pueblo cuando oyó un gran trueno seguido de ruidos que la asustaron, dejando de creer en ese momento que estaban rodando una película. Nerviosa, corrió por diferentes calles para alejarse de ellos pero parecía que la perseguían y cada vez los oía más cerca. Cuando ya no sabía a donde ir vio la puerta de la casa abierta y no dudó en meterse.

En el pasado esa casa siempre le ha dado miedo, se oían muchas historias de sucesos extraños que habían pasado en su interior, incluso decían que alguna noche se veían luces y se oía como alguien caminaba por dentro, la víctima de un horrible asesinato, un hombre que murió ahí mismo hacía cuaernta años y ahora vagaba sin rumbo. Todos los pueblos tienen una casa encantada con su leyenda y esa es la de Zermatt.

Escondida detrás de la peuerta de la casa Rose oyó un gran ruido, la caída de Luana, que la hizo irse corriendo a la planta de arriba a esconderse detrás de unos muebles. Su corazón se detuvo al ver entrar en la habitación a una extraña y alta chica de piel rojiza y pelo blanco, una extraterrestre. Pero el miedo se transforma en lástima al verla llorar y decidió acercarse a ella para ver si podía ayudarla. En ese momento, viéndola tan de cerca, con esos ojos blancos que la miraban sin pestañear y el palo clavado en su cuello la pena se había transformado de nuevo en miedo.

Pero que era lo que su abuelo siempre le decía si se encontraba con algún animal salvaje en la montaña – Te tienen más miedo ellos a ti que tu a ellos, no hagas movimientos bruscos, háblales con voz calmada, demuéstrales quien manda – recuerda

– Me llamo Rose – se presenta con la voz más calmada que puede poner.

Espera unos segundos pero no ve ninguna reacción, dudando de que la pueda entender.

– Me lla… – empieza a decir de nuevo.

– ¡Shhh! – la calla Luana girando la cabeza a su derecha, donde está la puerta, intentando oír algo pero sin dejar de apuntarla con el báculo.

– ¿Me entiendes? – pregunta Rose.

– Quieres call… – empieza a decir Luana.

Pero no puede acabar la frase, la pared que tienen al lado cae sobre ellas.

– ¡Ahhhh! – grita asustada Rose.

El derrumbe de la pared sorprende a Luana pero está entrenada para superar situaciones como esa así que reacciona rapidamente dando un fuerte empujón a Rose que la envía al fondo de la habitación, evitando que la golpeen las piedras de la pared. Pero al salvarla no le da tiempo a esquivar del todo el ataque del Rako que cae sobre su ya maltrecho pie izquierdo. 

Cuando se le cae parte de pared sobre su pierna se oye con claridad el sonido de los huesos rotos, pero Luana no se puede permitir quedarse en el suelo así que se incorpora con dificultad y analiza la situación con rapidez, su atacante parece estar solo, probablemente quiere la gloria de matarla y hacerse con el báculo. Si acaba con él deprisa aun tienen alguna posibilidad de sobrervivir.

Tirada en el suelo Rose no se cree lo que está pasando delante de sus ojos, la pared que ha caído parece tener vida, saliendo de ella dos enormes brazos seguidos por un cuerpo con una pequeña cabeza que se abalanza sobre la chica extraterrestre que la acaba de salvar de morir aplastada.

Para su fortuna Rose pasa desapercibida para el monstruo y se vuelve a esconder donde estaba antes y desde donde ve con una mezcla de miedo y sorpresa lo que está pasando delante suyo. Una gran humareda de polvo blanco se ha levantado a causa del derrumbe y ocupa la habitación haciendo que solo vea las siluetas de como la chica se levanta con la ayuda del palo con el que la ha atacado y que está brillando con una intensa luz blanca. El monstruo entra del todo en la habitación. 

Rose cierra los ojos con fuerza varias veces esperando que cuando los abra encontrarse en su cama y que todo haya sido una pesadilla, pero los dos siguen delante suyo, quietos, observándose. Hablan entre ellos pero no entiende nada de lo que dicen, la voz de la chica es como el sonido del papel quemándose, en cambio el monstruo suena como una avalancha de piedras.

La pierna izquierda de Luana está totalmente inservible con lo que necesita apoyarse en el báculo. Y lo peor de todo es que la han sorprendido dos veces en dos minutos: primero la niña y luego el Senkabi. Su arma la había avisado vibrando pero pensó que era por la humana, en cambio la estaba avisando de que el rakoniano se estaba acercando. Ha confundido quien era el verdadero enemigo y eso le podía costar la vida a ella y a un ser inocente.

– Ríndete Saltadora y prometo matarte rápido – la amenaza el rakoniano con una sonrisa en su diminuta boca.

– ¿Quién os paga? ¿Es el Príncipe de los Senkabi? ¿El Padre de las Malvas? ¿Quién quiere el báculo? – le pregunta Luana apuntándole con el báculo mientras intenta no apoyar su pie en el suelo. Sabe por experiencia que cuando alguien como el Rako se encuentra con todo a su favor y piensa que va a ganar habla más de la cuenta.

– Ni te lo imaginarias roja, esto te sobrepasa – le contesta riendo.

         Durante unos segundos los dos se quedan quietos, observándose, hasta que el ser de Rako se vuelve a abalanzar sobre ella. Pero ahora ya no tiene el factor sorpresa. Aun lesionada Luana es una presa difícil y consigue esquivar el ataque rodando por debajo de su enemigo, aprovechando para meter el báculo entre sus piernas, desestabilizándole y haciéndole caer. Sorprendido por la agilidad de Luana y trastabillado, choca contra la pared, provocando que se derrumbase otra parte de la casa.

         La habitación se llena del viento frío de la calle que entra a través del agujero que ha creado la embestida del Senkabi contra la pared que da al exterior. Luana se levanta con mucho dolor, aprovechado los segundos que tiene da un rápido vistazo a su pierna izquierda, viendo la gravedad de la situación, probablemente no pueda vovler a caminar sin ayuda nunca más. Aunque en esos momento es el menor de sus problemas.

         De pie y con el báculo cogido con fuerza con las dos manos espera que su enemigo se incorpore. No puede huir, no va a dejar a la niña humana sola, y además está malherida y cansada. Sólo le queda una oportunidad pero tenía que escoger bien el momento.

         Al fondo de la habitación sigue Rose inmóvil, sin ser muy consciente del peligro que corre, solo sabe que la chica de la piel roja la ha salvado de morir aplastada y ahora lucha contra un monstruo salido de una película de ciencia-ficción. Se alegra cuando ve que el ser de piedra choca contra la pared, pero para su decepción se levanta fácilmente. El viento de la calle se lleva toda la humareda blanca y ahora los puede ver perfectamente delante suyo, de pie, en la semiderruida entrada de la habitación, uno delante del otro, preparándose de nuevo para atacar.

         Con una velocidad imposible para algo tan grande y pesado el rakoniano ataca abalanzándose contra su enemiga. Apoyada en su pierna derecha Luana da un potente salto en vertical, girando ciento ochenta grados en el aire y quedando boca abajo. Mientras en el suelo el Senkabi vuelve a quedar desestabilizado tras fallar de nuevo su ataque, aprovechándolo el momento Luana apoya su pie bueno en el techo para darse impulso y lanzarse con más fuerza hacia abajo, clavándole la punta del báculo en la nuca como si fuera una lanza.

El ser de Rako emite un grito seco y apagado antes de caer de rodillas y desplomarse en el suelo. Luana cae grácilmente a su lado, apoyada en su pie derecho, con el báculo brillando con su luz blanca. Con una silenciosa explosión el monstruo desaparece, dejando en su lugar unas cenizas oscuras que el viento esparce.

Por el nuevo agujero entra la suficiente luz como para que Rose vea bien por primera vez a su salvadora, está delante de la puerta, agachada con una rodilla en el suelo, apoyada en el palo y con evidentes gestos de dolor, extrañamente su piel es de un color mucho más claro que cuando la había visto por primera vez, de rojiza ha pasado a rosada. Aunque está muerta de miedo siente que debía de ayudarla, aunque solo sea por haberla salvado. Reuniendo mucho valor va hacia ella.

– Quedate ahí – le dice Luana sin mirarla, con una mano extendida hacia la esquina, mostrándole donde debe de quedarse.

Rose obedece al instante, desandando los pasos que ha dado. 

         – Quédate quieta y no hagas ningún ruido – le ordena con voz grave mientras se levanta con esfuerzo.

         Está peor de lo que piensa, tiene que pensar algo definitivo y rápido, cuanto más tiempo se quede ahí quieta más difícil será que salgan las dos con vida. Por primera vez desde que la ha sorprendido se detiene a mirarla, es una humana joven, de pelo largo y castaño, ojos redondeados del mismo color, de complexión atlética y de bastante menos altura que ella.

         ´No tiene la culpa de nada de lo que está pasando – piensa Luana – y la estamos traumatizando de por vida, esta no es su guerra´. Tiene que salvarla, por muy peligrosa que sea la situación no debe de olvidarse que la primera ley de una Saltadora es defender a los débiles.

         – No te preocupes, no te va a pasar nada. Escóndete tal y como estabas y cuando pase un rato que no oigas ningún ruido extraño sal y vete a tu casa – la intenta tranquilizar cambiando el tono de voz a uno más suave y acercándose a ella.

         Pero la cara de Rose no se relaja al oírla y una mueca de horror se empieza a dibujar en su rostro.

         – No te voy a hacer daño – le dice viendo que sus palabras no la están tranquilizando.

         Solo cuando ve el terror en los ojos de la chica humana se da cuenta de lo que está pasando pero ya es demasiado tarde, la oscuridad ya ha empezado a envolverla por completo.

         Rose nunca podrá olvidar como sin hacer ningún ruido una especie de nube oscura con una leve forma humana y una gran sonrisa de enormes dientes ha aparecido en la habitación ocupando todo el espacio.

         El poder de reacción de Luana no es tan rápido como antes, ha usado casi toda su energía para acabar con el ser de Rako y el báculo también está vacio, ni siquiera ha vibrado avisándola del peligro. Pese a todo se da la vuelta y le dispara dos veces, pero los disparos son muy tenues disolviéndose sin problema entre la oscuridad del cuerpo del Darfos que parece no inmutarse ante el ataque, contrayendo su cuerpo alrededor de ella.

Ya no hay apenas luz en la habitación, a Rose le cuesta ver lo que pasa y no oye nada, tiene la sensación de tener los oídos taponados. Además de sentir una enorme tristeza, solo quiere llorar, notando que se le van las ganas de vivir.

Lo que Rose ni Luana sabían era que los Darfos absorben la energía de los seres vivos, la luz y el sonido de todo lo que les rodea, provocando una sensación de malestar, de soledad, de muerte, que atonta a sus víctimas, haciéndolas presas fáciles.

Luana está totalmente envuelta por el Darfos y nota como se comprime a su alrededor teniendo menos espacio para movers y quedándose sin aire, pero no piensa rendirse. Manteniendo la calma pone las dos manos sobre el báculo, cierra los ojos y éste empieza a brillar de nuevo con su característica luz blanca, durante unos segundos parece que la luz vuelve a la habitación, troceando la oscuridad. 

– ¡No! – grita Luana desesperada al ver que la luz solo dura unos segundos. Aprovechando el grito el humo negro se mete en su boca.

Al verse sin aire y sin saber que hacer le entra el pánico de quien sabe que va a morir, empezando a dar patadas y puñetazos desesperadamente. En uno de esos movimientos consigue sacar de la oscuridad su brazo izquierdo pero el Darfos la vuelve a engullir rápidamente con una bocanada de humo y abrazándola aun más.

En su lucha Luana consigue sacar la cabeza fuera del monstruo para respirar un poco de aire fresco que le sabe a gloria. En ese pequeño instante en el que su cabeza está fuera de la oscuridad su mirada conecta con la de Rose y en ese momento sabe lo que tiene que hacer. Es una locura pero es la única posibilidad que tiene

Rose no se puede mover, sabe que tiene que huir, que ahora es el momento con el monstruo entretenido pero el miedo la deja paralizada.

– No – quiere gritar cuando ve que el monstruo vuelve a engullir a su salvadora, pero apenas le sale un susurró.

El cuerpo de Luana flota en el interior de la sombra, como si estuviese en el espacio oscuro, ya ha dejado de luchar y está a merced del Darfos. 

De repente, como si fuera una marioneta, sus piernas y brazos se empiezan a doblar de formas extrañas. No se oye ningún sonido pero no hace falta oír nada para saber que, en el interior del Darfos, Luana está gritando de dolor.

El monstruo juega con ella, la alza, la baja, la comprime, la estira, deshaciendo músculos y rompiendo huesos. Con un gran esfuerzo, ignorando el dolor que siente y aprovechando que el Drafos está confiado Luana saca su brazo derecho fuera de la oscuridad y lanza el báculo a los pies de Rose, pero ésta, que no puede dejar de mirar horrorizada, no parece darse cuenta y se queda quieta sin inmutarse.

Al momento el brazo vuelve a ser engullido y retorcido como si fuera de goma. Aunque el dolor debe de ser indescriptible a Rose le parece ver una sonrisa en la cara de su salvadora. Su cuerpo adopta formas grotescas pero ya no grita, tiene los ojos cerrados, parece estar dormida.

Finalmente el Darfos se aburre de jugar con Luana. Si no lucha por su vida ya no eesra divertido, así que baja su su gran boca de enormes y afilados dientes blancos hasta ubicarla sobre su cuello y se prepara para acabar con ella.

 Por primera vez desde que había entrado ese ser de pesadilla Rose aparta la mirada, cerrando los ojos con fuerza y girando la cabeza hacia a un lado. Unos segundos después los vuelve a abrir para ver como el cuerpo inerte de la chica roja cae al suelo, con las extremidades giradas de formas imposibles y su cabeza ladeada. Sus ojos blancos siguen abiertos pero faltos de brillo, sin vida.

Es la primera vez que Rose ve a alguien muerto y aunque duda de que sea humana sabe que nunca olvidará el cuerpo sin vida en el suelo, con esa mirada perdida.

La oscuridad se va separando del cadáver, recogiéndose poco a poco, volviendo a formar una especie de cuerpo de humo oscuro, con piernas, brazos y cabeza, y su siniestra sonrisa. En ese momento aparece por el agujero que habían hehco en la pared el jefe de los Senkabi, el Nazard.

Sus movimientos son rápidos y nerviosos, camina arrastrando los pies por el suelo de la habitación y parece una especie de mezcla de cocodrilo y serpiente erguido sobre sus patas traseras. Se acerca al cuerpo de Luana, lo toca levemente con su pie derecho para comprobar que efectivamente está muerta, la mira atentamente y se pone a hablar con el Darfos.

Cuando Rose ve entrar a un nuevo monstruo las pocas esperanzas que tiene de poder escapar se desvanecen. Había pensado aprovechar que la sombra estaba distraída con el cuerpo de su salvadora para huir pero con la llegada de su compañero lo ve imposible. Ahora la única opción que encuentra es saltar por el agujero de la pared pero tiene miedo de moverse con lo que decide quedarse quieta en el mismo lugar, de pie al fondo de la habitación, protegida por la oscuridad, con la esperanza de que la ignoren. Pero sabe que en el momento en el que miren hacia ahí la descubrirán, aunque con la fuerza con la que le está latiendo el corazón no entiende como no la oyen. 

El que acaba de entrar parece estar enfadado, emite unos extraños y fuertes sonidos mientras que el monstruo oscuro está a su lado sin dar demostrar ninguna emoción. Cuando termina de hablar, se agacha para inspeccionar el cuerpo de Luana, la mueve, busca en los bolsillos de su cinturón y en el interior del traje. Mientras el Darfos se acerca a la cabeza, fundiéndose con ella durante unos segundos. Cuando vuelve a levantarla aparecen en su cara, justo encima de la boca, dos grandes ojos blancos.

-¡Ahh! – no puede evitar gritar Rose aterrorizada, al ver que le había robado los ojos.

Se lleva rápidamente las manos a la boca, consciente del error que ha cometido, pero ya es demasiado tarde. Los dos Senkabi la miran, quedándose quietos durante unos segundos, mirándola sorprendidos, como si la extraña en ese lugar fuese ella. Los humanos son seres insignificantes, que no suponen ningún peligro para ellos, así que no se molestaron en comprobar si había alguno en la casa.

El primero en reaccionar es el lagarto que da un paso hacia ella observándola de arriba a abajo para descubrir que a sus pies se encuentra, mimetizado con el mismo color del suelo, lo que está buscando desesperadamente, el báculo.

Desde que apareció el primer monstruo y la chica roja la había empujado al final de la habitación Rose había entrado en un estado de shock, por eso cuando Luana le había lanzado el báculo a sus pies no se dio cuenta. Ahora, viendo la gran sonrisa en la cara escamada del lagarto al verlo sabe que eso es eso lo que quiere.

Al ver como la humana también mira el báculo el Nazard se abalanza a por él pero por puro instinto Rose se agacha y lo coge con fuerza con las dos manos y apunta hacía el monstruo que frena de golpe cayendo al suelo.

El báculo es más pequeño y pesa mucho menos de lo que le había parecido cuando lo usaba la chica de piel roja, sus dedos encajan perfectamente y lo puede levantar sin ningún problema. Tenerlo en las manos hace sentir bien a Rose, poderosa, con confianza, nota como emite una leve vibración que le hace temblar las manos que oculta su propio temblor de pánico.

El Nazard se levanta lentamente sin dejar de mirarla, cuando está totalmente erguido se vuelve a lanzar rápidamente sobre ella de un potente salto.

De la punta del báculo sale un potente rayo de color azul que, imposible de esquivar a tan poca distancia, lanza al monstruo por el mismo agujero por el que había entrado y a Rose la hace retroceder hasta chocar con los muebles apilados en le fondo de la habitación.

Sorprendida y sin saber muy bien lo que ha pasado Rose observa como el báculo brilla con una intensa luz azul. Delante suyo el Darfos la mira con sus nuevos e inexpresivos ojos.

         – ¡Devuelve los ojos! – le grita Rosa con furia.

         El monstruo oscuro ladea la cabeza, extrañado, intentando comprender la nueva situación, mira hacia donde ha salido disparado su jefe y vuelve a mirar a la humana. Su sonrisa se ensancha y avanza hacia Rose, perdiendo de nuevo su forma y empezando a envolverla en su oscuridad.

         – ¡Devuélvelos! – le vuelve a gritar Rose fuera de si, golpeando la base del báculo contra el suelo lo que provoca un ligero temblor y una explosión de luz que parte en decenas de trozos la oscuridad que ya empezaba a rodearla.

         El Darfos recula recogiéndose de nuevo, su inexpresiva cara no demuestra la sorpresa que realmente siente.

         – No puede ser, solo eres una humana – dice sin mover los labios, con una voz apática, fría, sin sentimiento.

         Y desaparece convirtiéndose en humo negro que marcha por la entrada de la habitación.

         – Nos volveremos a encontrar niña – oye Rose como palabras volando en el aire cuando ya ha se ha ido.

         De repente Rose se siente muy mareada y cae de rodillas al suelo soltando el báculo. Poco a poco el frío contra su cara la hace reaccionar, se levanta asustada, mira con cuidado a su alrededor por si aparece algún monstruo más pero los minutos pasan y solo se oye el viento entrando por los agujeros de la casa.

         Todo vuelve a estar tranquilo, como si nada hubiese pasado. Se asoma por la puerta para comprobar que no hay peligro y cuando se vuelve a dar la vuelta ve como el cuerpo de su salvadora se convierte en cenizas que el viento se lleva a la calle.

         Rose se queda quieta mirando Luana desaparecer hasta que reacciona, como si se despertase de una pesadilla y echa a correr huyendo de la casa sin mirar atrás, sin ver que el báculo cambia color y de forma hasta parecer un palo de hierro viejo, oxidado y polvoriento. Pasando totalmente inadvertido en el suelo de la habitación.